La muerte de Eduardo «Gato» Alquinta fue uno de los hechos más sorpresivos de la historia de la música chilena. Próximos a celebrar sus 40 años, la banda Los Javias perdía a un pilar fundamental. Era su voz y su alma inspiradora y sin previo aviso nos dejaba producto de una insuficiencia cardiaca a los 57 años.
Comenzó su carrera como músico a principio de los 60 y de ahí en adelanta alcanzó un sello propio, ligado al movimiento hippie y a una forma de vivir centrada en la creación más que en lo material. Su manera de expresarse desarrolló un lenguaje que marcó generaciones, por eso el 15 de enero de 2003 nadie podía creer que su chispa se había apagado.
Son muchas las historias que dejó en su vida el Gato Alquinta y ahora repasamos algunas de ellas. Anécdotas que muestran lo mágico que era este gran músico y lo mucho que entregó a Los Jaivas, quedando así en el recuerdo de los chilenos.
El giro de Los Jaivas
En sus primeros años (1963-1970), el nombre de los Jaivas era High Bass y su especialidad era la cumbia y los boleros, con versiones de canciones de Luis Dimas y otros artistas de la época, hasta que sufrieron un drástico cambio guiado por el Gato.
El hecho de que la banda comenzara a comercializarse afectó a Alquinta, quien después de una crisis decidió dejar el grupo a comienzos de 1967 e inició un viaje con su pareja por Latinoamérica, adentrándose en los orígenes de nuestro continente.
Al volver era otro, tiempo más tarde, su impronta había cambiado y sus ideas tomaron otra profundidad y carisma. Su pelo estaba largo, su ropa era hecha a mano y ya no necesitaba zapatos. Esto también afectó a la música de Los Jaivas, quienes dejaron los sonidos populares por la improvisación y la vanguardia.
Azufre para el Gato
Tal como relata el libro de Freddy Stock Los Caminos que se Abren: La mágica historia de Los Jaivas, entre julio y agosto de 1981, la banda se encontraba en los estudios Pathé-Marconi de París, en los últimos detalles del disco Alturas de Machu Picchu. Era el turno de grabación del tema “La Poderosa Muerte” y algo inesperado ocurrió: Gato Alquinta quedó sin voz.
Era urgente culminar ese proceso pronto y no había solución aparente para el sorpresivo incidente, hasta que una cantante cercana a la agrupación les comentó que la única solución era una inyección de azufre. Para eso, rápidamente consiguieron a una practicante que pudiera suministrar el fuerte medicamento.
Una de las cosas curiosas fue que la joven que acudió era una religiosa. Finalmente el efecto duró dos horas, lo suficiente para permitirle al Gato y al resto de Los Jaivas terminar una de las obras maestras de nuestra música.
El sueño de Alquinta
Uno de los golpes más duros que recibió la banda fue en 1988, cuando el 15 de abril partió Gabriel Parra, en medio de un viaje a Perú. Después de esto, la batería quedaba vacía y para Los Jaivas había una candidata clara: su hija.
“Tres horas después de su entierro, se me acercan los tíos y me piden que me convierta en la baterista del grupo. Yo tenía 17 años, llevaba apenas dos tocando y reemplazar a mi padre me parecía imposible”, recordó Juanita en una entrevista con Revista Ya. Pero la razón no era simplemente su relación sanguinea, había una señal espiritual.
“El Gato Alquinta había tenido un sueño la noche antes, en él, mi papá le decía que la banda debía continuar y que yo debía reemplazarlo”, afirmó la músico. Fue un proceso difícil, que tardó tres años, pero que finalmente terminó con ella como dueña de la batería. Todo gracias a una conexión de Gabriel y el Gato.
El Gato y Los Jaivas
El proceso creativo de la banda siempre fue en comunidad, algo que llevaron a sus vidas. En una casona en Châtenay Malabry, cerca de París, vivieron todos juntos, los cinco Jaivas fundadores con sus mujeres y niños, llegando a ser quince personas en un pequeño espacio, esto entre 1977 y 1985.
Una unión que explicaba el hecho de que las canciones siempre eran firmadas por la banda. En una entrevista con radio Futuro, al músico se le preguntó por qué nunca firmó una canción con su nombre, dando una respuesta simple y muy notable.
“Porque si no hubiese estado en Los Jaivas, nunca se me hubiera ocurrido…”, argumentó el Gato Alquinta, mostrando su esencia y el espíritu que buscaba entregar a su música y a quienes se dedicaran a escucharla.
Un centro de homenaje
Tras su muerte, los restos de Eduardo “Gato” Alquinta fueron trasladados al cementerio general, lugar donde fanáticos, como era de esperarse, comenzaron a ir para demostrar de alguna forma su afecto hacia el músico, que por cerca de 40 años entregó su talento.
«Dentro de pocas semanas, cuando se cumpla un año de su muerte, el «Gato» saldrá de este nicho, ya que es mucha la gente que llega hasta su tumba y dicen que está haciendo hasta milagros», explicaba por esos Edith Cuturrufo, cuidadora del Cementerio General de Santiago, a La Estrella de Valparaíso.
Este es actualmente el lugar donde los seguidores, fanáticos y amantes de la música pueden visitar al cantante, algo que muestra su especial relación con el público. “Cuando converso con la gente es evidente que entiende perfectamente lo que estamos diciendo y qué es lo que somos”, explicaba Alquinta.
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