Foto: Mikio Ariga
Han pasado dos décadas, pero cada vez que se escucha emociona como si fuera todo un descubrimiento. Así es Grace (1994), el único álbum de estudio publicado en vida por Jeff Buckley, “la promesa del rock” que se ahogó en 1997 en las aguas del río Wolf, un afluente del Mississippi, y que se transformó en una leyenda que cada año crece más.
«Me gusta estar en éxtasis. Me gusta visitar todas las emociones directamente. Cada emoción tiene un sonido. Mi identidad humana forma mi música». Así se sentía el compositor estadounidense cada vez que salía al escenario. Esas palabras también sirven para describir la intensidad de las 10 poéticas y sobrecogedoras canciones que dan forma a su ambicioso disco debut.
Todo un desafío para Andy Wallace (Bad Religion, Slayer) productor con quien lo grabó en los estudios Bearsville de Woodstock, Nueva York, en sets acústicos y eléctricos, acompañado por Mick Grøndahl (bajo), Michael Tighe (guitarra), Matt Johnson (batería) – integrantes de su banda en vivo -, y el guitarrista Gary Lucas (Gods and Monsters), co autor de dos temas, y cuyo trabajo previo se encuentra en Songs to No One 1991-1992.
Casi 52 minutos de duración en los que lograron hacer convivir desde folk al rock y desde el jazz al blues, estilos unidos por la montaña rusa de su registro vocal. El resultado es como una flecha que atraviesa los sentidos impulsada por una voz única, que en vivo demostró que su poderío iba más allá de las sesiones de estudio. El DVD Live in Chicago (2000), es un gran ejemplo.
“Las palabras son realmente hermosas, pero son limitadas. Las palabras son muy masculinas, muy estructuradas. Pero la voz es el inframundo, la oscuridad, donde no hay nada a que aferrarse. Proviene de una parte de ti que sólo conoce y expresa y es. Tengo que habitar cada pedacito de la letra, o de lo contrario no puedo transmitir la canción, serían sólo palabras”, fue como explicó su forma de interpretar.
Confesó que soñaba despierto con grandes compositores: “gente que me mostró que la música tenía que ser penetrante, libre y llevarte consigo”. Bad Brains, Patti Smith, Nusrat Fateh Ali Khan, Van Morrison, Miles Davis y The Smiths fueron algunos de sus favoritos. Otras influencias son evidentes en los covers que grabó: “Lilac Wine” (James Shelton, 1950) de Nina Simone y “Hallelujah” de Leonard Cohen. Una versión que sobrepasó a su creador y fue incluida entre las 500 grandes canciones de todos los tiempos por RollingStone.
La vida y la muerte, el amor y la soledad, la calma y el caos fueron parte de sus composiciones propias. Algo que queda de manifiesto desde “Mojo Pin” el tema que abre el álbum y que pasa desde un susurro a un lamento desgarrador. “Gritando, descendiendo desde el cielo”, como bien dice su letra. Un lamento oscuro y romántico que profundiza en “Last Goodbye”, “So Real” y “Lover, You Should’ve Come Over”.
Tras su partida a los 30 años, algunos de sus temas fueron tildados de premonitorios. “Mi momento ha llegado y no tengo miedo a morir, mi voz va apagándose de a poco, cantando al amor aunque llore por el paso del tiempo”, dice en “Grace”, y «La vida eterna está ahora frente a mí, tengo mi ataúd rojo brillante preparado y sólo necesito un último clavo…» en “Eternal Life”. Dos ejemplos que alimentan el mito.
Otra interpretación está ligada a “Dream Brother”, canción que cierra el álbum y que pareciera contener parte de su historia. “No seas como el mismo que me hizo tan viejo. No seas como el mismo que me abandonó tras su nombre”, frase que podría estar dedicada a ese padre que casi no conoció, el músico Tim Buckley, quien murió a causa de una sobredosis de heroína en 1975.
Buckley hijo siguió sus pasos. La historia dice que mientras se sumergía en el río cantaba “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin, dejando inconcluso un segundo disco cuyos avances vieron la luz en Sketches for My Sweetheart the Drunk (1998). Sin embargo, su voz sigue sonando fuerte, sorprendiendo y rompiendo las barreras del tiempo. Vive.
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