Por un lado, la influencia; por el otro, la eficacia. El inglés Robert Plant y el estadounidense Jack White fueron actores principales de una noche donde el rock se hizo presente en sus formatos más reconocidos, cerrando con broche de oro Lollapalooza Chile 2015 en el Teatro Caupolicán de Santiago.
La noche del lunes 16 estaba reservada para dos nombres que unieron no sólo generaciones dentro del público, sino que también enlazaron dos épocas del rock. Y eso se vio en la antesala con las enormes filas que formaron los asistentes en las afueras casi una hora antes del inicio, con caras muy distintas a lo que se pudo apreciar durante el fin de semana en el Parque O’Higgins.
Aunque el comienzo de la velada estaba fijado para las 20:00 horas, 40 minutos después recién se iniciaron los fuegos con el ex vocalista de Led Zeppelin apareciendo en escena para interpretar de entrada «Babe, I’m Gonna Leave You», uno de los temas más reconocidos del cuarteto inglés (y que originalmente es de Anne Bredon), recibiendo una ovación que incluso sorprendió por momentos al propio artista, tal como en su actuación del domingo.
Lo del cantante en vivo es un viaje al que el público es invitado a participar junto a su banda The Sensational Space Shifters. Un recorrido por ilusiones y aventuras, en donde quienes se suman pueden experimentar las bondades del mejor rock and roll y el blues, siempre liderado por un expresivo y carismático Plant. Así, pasó una notable reversión de «Black Dog», confirmó que las alabanzas a su reciente álbum no son en vano cuando mostró «Turn It Up» y «Rainbow», y se animó con «Fixin’ to Die» de Bukka White para que se luciera su impecable guitarrista Justin Adams.
No hay espacio para el desconocimiento de su legado y por ello dejó para el final una coreada «Whole Lotta Love» y, luego de ir a descansar, volver para el cierre definitivo después de casi 80 minutos con otro clásico: «Rock and Roll». Durante su show preguntó varias veces si era suficiente lo que estaba entregando, pero el tiempo demostró que con una figura como la del vocalista es difícil sentirse satisfecho.
Y si con Plant el rock mostró su faceta más clásica, el turno de White vino a complementarlo de la mano de su insistente muestra de aventura y búsqueda del sonido ideal. Una hora después de que el vocalista abandonó el escenario, tras el cambio de instrumentos e instalación de la puesta en escena, el ex The White Stripes arrancó sin titubeos y con los decibeles por el techo con «Dead Leaves and the Dirty Ground», un comienzo distinto al que había propuesto la noche del sábado.
El guitarrista no varió mucho en su segundo show en tres días en Santiago, volviendo a ratificar su estatus de inquieto y dispuesto a provocar. No por nada trató de lograr los solos más imposibles con su instrumento en «High Ball Stepper», se sentó al piano en «Three Women» y pasó de la potencia de «Ball and Biscuit» a la alegre «We’re Going to Be Friends», en un repaso de su carrera solista y The White Stripes, aunque también hubo momentos para otro de sus proyectos, The Raconteurs, con «Broken Boy Soldier» y «Steady, As She Goes».
Hay que destacar que más allá de la figura que representa White, parte de su notable trabajo en vivo también se lo llevan sus músicos, en especial su baterista Daru Jones (el partner perfecto para el guitarrista) y la violinista y corista la violinista Lillie Mae Rischie. Ambos destacan en un conjunto de acompañamiento distinguido e ideal para concretar todos los planes que el artista quiso durante los 90 minutos de concierto, rematados con el clásico del nuevo siglo: «Seven Nation Army».
Fueron cuatro horas de show en una noche histórica, en la que el rock se hizo presente en formato doble junto a Plant, el hombre influyente que inició todo lo que se conoce hasta ahora, y White, el músico que busca mantener viva la llama. No hubo ni acercamientos ni una esperada colaboración entre ellos sobre el escenario, aunque el regocijo de haber visto a estas dos figuras calma cualquier ansiedad.