Probablemente fue Dave Grohl, el líder de Foo Fighters, quien mejor supo explicar la importancia de Lollapalooza. Estando sobre el escenario ante decenas de miles de personas, el músico se tomó un par de minutos para contar: «Yo fui al primer Lollapalooza en 1991, recuerdo que fue en Los Ángeles y yo había ido para grabar Nevermind, el disco de Nirvana (…) ese día Kurt (Cobain) y yo fuimos, nos sentamos entre la audiencia y pensamos: ‘Dios, la música está cambiando. Aquí hay 20 mil personas que vinieron a ver a estas bandas tan cool, ¿cómo pasó esto?'»; y luego dio las gracias a Perry Farrell, creador del festival, «por cambiar la música para siempre».
Es probable que Lollapalooza no haya cambiado a la música, pero sí a la industria de la música, demostrando que lo alternativo podía tener convocatoria, que las bandas de rock podían compartir escenarios y que existían miles de personas que querían un espacio en el que pudieran expresarse libremente, encontrarse con gente parecida a ellos y sentirse identificados. Y 20 años más tarde, el Lollapalooza sigue siendo eso.
Durante los tres días que dura la edición estadounidense del festival, caminando por el Grant Park se respira un aire de complicidad, que surge por defecto. Cada quien viste lo que quiere, escucha lo que quiere, hace lo que quiere, y nadie le juzga por eso. La niña con los leggins con colita de leopardo, le sonríe al veinteañero que llega con su máscara de Deadmau5 y la usa con orgullo a pesar del calor. En el parque se reúne desde la chica llena de tatuajes que se hace su propia ropa y desprecia a los headliners, hasta el padre de familia que lleva a sus hijos en coche. La causa que los une a todos es la música y las ganas de pasarlo bien.
Los weirdos, como los llama Perry Farrell, son muchos y, encima, tienen poder económico. Según las cifras entregadas por los organizadores, durante el fin de semana de su realización, el Lollapalooza le aporta unos 85 millones de dólares a la economía local. Nada mal.
El otro gran valor del festival reside en la manera en la que se arma su cartel, que acaba siendo una plataforma para agrupaciones y solistas con buenas propuestas, que aún no son demasiado conocidos. Asistir al Lollapalooza para ver únicamente a las grandes bandas significa perderse la mitad de la experiencia, pues para un amante de la música no hay nada más interesante que descubrir nuevos sonidos y artistas, y éste es el evento idóneo para hacerlo. Sólo hay que caminar por el parque y dejarse sorprender.