Jornadas como la del 10 de octubre pueden ser contadas con los dedos de una mano. En suelo chileno, que dos nombres relevantes para dos generaciones se presenten en un mismo escenario, es algo escaso. Iggy Pop y The Libertines juntos ofrecieron una cita memorable.
En el Movistar Arena, que pese a ofrecer su configuración total no reunió más de siete mil personas, la sensación final fue de un doblete a la altura, con sus matices y maneras de vivir el rock, en lo musical y en lo expresivo.
Quizás el punto cuestionable fue la incorporación de Ana Tijoux como nombre de apertura. Si bien la calidad de su propuesta es innegable, su adición a una jornada cargada a las guitarras se sintió un tanto incómoda.
The Libertines: cuestión de actitud
A eso de las 20:00 horas, el clásico telón de fondo con la frase The Libertines y la imagen de la portada de su álbum debut Up the Bracket (2004) dio la bienvenida al cuarteto en su primera vez en Chile como conjunto.
Atrás quedó ese buen recuerdo de la visita de Carl Barât y Gary Powell en 2013. Ahora, junto Pete Doherty y John Hassall, llegaron para saldar una deuda requerida por estos lados. Con su tercer trabajo editado en 2015, que dio más certeza a su retorno a los escenarios, llegaron a Sudamérica.
En poco más de 60 minutos, el cuarteto británico desplegó ese rock sucio, poco fino y de riffs distorsionados pero atrevidos que los hizo famosos a mediados de la década pasada.
Doherty y Barât, las caras más visibles, se comportaron como tales. Fueron los encargados de interactuar con el público, combinar riffs y voces, y hasta bajaron al público, algo curioso conociendo su poca empatía.
Y así siguió el show. «Boys in the Band», «Can’t Stand Me Now» y «Time for Heroes» brillaron en el recinto con Doherty y Barât demostrándose esa atracción sexual que por años han jugado frente al público.
Momentos emocionantes como «What Katie Did» y «You’re My Waterloo» (con Barât en el piano) se complementaron con la intensidad que regalaron hacia el final con «The Good Old Days», «Up the Bracket» y «Don’t Look Back Into the Sun», donde también se hizo evidente el estado de ebriedad de Doherty y Barât, que hizo saltarse «Horrorshow» (pese a estar en la lista) y terminar lanzando sus pedestales hacia el público.
Aunque incomode, esa postura rebelde y poco agraciada a la hora de ofrecer su música les da su lugar: ese ritmo único, esa vida única y ese comportamiento único son marca Libertines.
Iggy Pop: el origen de todo
Siete minutos después de lo programado, un activo Iggy Pop saltó al escenario y dio la orden: su banda inició los 90 minutos más intensos en lo que va la temporada 2016.
Con ese interminable riff que es «I Wanna Be Your Dog», seguida de la potencia de «The Passenger» y la clásica «Lust for Life», el estadounidense dio el golpe al mentón del que poco tiempo hubo para recuperarse.
Esto porque la Iguana, a punto de llegar a los 70 años, no mostró ni un ápice de querer relajarse. A torso desnudo y mojándose con cada botella de agua que recogió, se movió de lado a lado en el escenario, pidió aplausos, hizo gestos con los manos y brazos y hasta bajó en un par de ocasiones para que aquellos que estaban pegados a la reja lo pudieran tocar sin ningún temor.
Con un repaso a los mejores y más influyentes éxitos de The Stooges, más un resumen de su carrera en solitario, James Newell Osterberg, Jr., su verdadero nombre, ofreció una energía incalculable, como si le hiciera una burla a la muerte que se ha llevado a sus amigos y contemporáneos últimamente.
Al cumplir una hora sobre el escenario, el cantante hizo un descanso. Pero la vuelta fue tan o más poderosa que la primera parte: sin parar vinieron «Search and Destroy», «Down on the Street», «Loose» (con dos fanáticos acompañándolo en el escenario), «Raw Power» y finalmente «No Fun», que cerró su show.
Mientras su banda ya había emprendido el camino a camarines, Pop se quedó despidiéndose del público, gritando «Soy chileno» y recibiendo una merecida ovación de cerca de un minuto.
Así, después de una larga jornada, el recinto comenzó a desocuparse. El público, con razón, pudo retirarse con la certeza de haber visto dos expresiones distintas pero audaces del rock. Por un lado, la banda que redefinió la actitud en el nuevo siglo. Por otro, el origen de todo.